El 28 de junio el mundo celebró el Día del Orgullo LGBTIQ+, donde libertad y amor eran los conceptos que unían a millones de personas en todo el mundo para luchar por el reconocimiento de derechos para estas comunidades, como se viene realizando desde 1969.
Y si bien desde aquel entonces, cuando comenzaron las primeras movilizaciones hasta acá, ha habido avances y conquistas, aún queda mucho (muchísimo) camino por recorrer.
En este tiempo en Argentina hemos obtenido, sin dudas, logros concretos: leyes que garantizaron derechos como el Matrimonio igualitario y la Ley de Identidad de Género o la de Cupo Laboral Trans. También se avanzó en otras iniciativas que promovieron la inclusión, hubo cambios en la comunicación y se impulsaron campañas contra la discriminación.
Sin embargo, en nuestro país y en el mundo, han sucedido una serie de sucesos que nos vuelven a hacer replantear si estas transformaciones alcanzadas son suficientes. Y evidentemente no. El crimen de odio de Samuel Luiz Muñiz (24 años) en España por pura homofobia, el asesinato de Andrea González (28 años), activista y dirigente guatemalteca, y la desaparición de Tehuel de la Torre (22 años) quien buscaba un trabajo como tantos jóvenes trans, pero que nunca volvió a su casa, son apenas tres casos que han retumbado con fuerza en el mundo y que evidencian que la violencia y el odio aún siguen estando en nuestras sociedades. Dos cuestiones que lamentablemente ninguna regulación ni ninguna ley han podido parar.
Si nos detenemos en las edades, observamos que en estos tres casos, así como en tantos otros, hay un denominador común: ser jóvenes. La juventud, que es motor de los cambios sociales, que lucha contra la discriminación y los prejuicios, también está expuesta y sigue perpetuando situaciones vinculadas al bullying homofóbico y la violencia en sus formas más hostiles. Incluso a nivel mundial hay partidos políticos que como estrategia política incitan y se comunican con su militancia más joven desde la intolerancia a la diversidad, violencia y discriminación.
La discriminación sistémica que la población joven LGBTIQ+ debe enfrentar, tiene un impacto profundo en sus condiciones de vida. Enfrentan la exclusión de espacios y oportunidades laborales o educativas y barreras respecto al acceso a la salud.
En Argentina, sólo el año pasado se registraron 152 crímenes de odio, según el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBTIQ+. “Del total, el 84% de los casos (127) corresponden a mujeres trans (travestis, transexuales y transgéneros); en segundo lugar con el 12% se encuentran los varones gays cis; en tercer lugar con el 3% de los casos le siguen las lesbianas; y por último con el 1% los varones trans.
De todos los crímenes de odio registrados, el 57% de los casos corresponden a lesiones al derecho a la vida, es decir a asesinatos, suicidios y muertes por ausencia y/o abandono estatal histórico y estructural; y el 43% restante de los casos corresponden a lesiones al derecho a la integridad física, es decir violencia física que no terminó en muerte”.
Allí claramente se evidencia lo que sostiene Lucas ‘Fauno’ Gutiérrez, periodista y activista LGBTIQ+, “en Argentina, la Ley de Identidad de Género cumplió en 2021 nueve años. Sin embargo a fines de 2020, sobre 152 crímenes de odio contra personas LGBTIQ+, 127 fueron contra personas trans, y su promedio de vida sigue siendo de 35 a 42 años. Tenemos leyes, pero los cambios son lentos comparados con el odio. La exclusión por parte del sistema también lleva a la muerte. No poder asistir a un hospital por saber que seremos víctimas de discriminación o no terminar estudios porque las instituciones no son espacios seguros para nuestra identidad. Todo esto nos expone y pone en riesgo nuestras existencias”. Y claro que si ni siquiera lo básico está cubierto imaginemos la posibilidad de tener un proyecto de vida o pensar en el futuro.
A todo ello se suma que “la discriminación y exclusión sistemática a la que fueron y están aún expuestas, las personas travestis, transexuales y transgénero suelen ser víctimas de rechazo, marginación y violencia brutal desde una temprana edad, lo cual se traduce en violencia en el seno familiar y en la expulsión del hogar durante la adolescencia, así como de las escuelas e institutos educativos a los que concurren, forzándolas a vivir en la extrema pobreza, con frecuencia debiendo valerse de actividades y economías criminalizadas para su subsistencia, lo cual, a su vez, ha contribuido a que un gran número de personas travestis, transexuales y transgénero registre antecedentes por detenciones en vía pública, procesamientos y condenas penales”.
En el mismo sentido Flavia Massenzio, presidenta de la Federación Argentina LGBTIQ+ señala que: “la pandemia ha hecho que esa crisis se profundice y que se genere mucha discriminación y violencia institucional. Tenemos problemas por el incumplimiento de las legislaciones y hacen falta políticas públicas específicas que nos ayuden a achicar esa brecha. La falta de sanción de los delitos de odio son parte de estos incumplimientos”.
Es decir, no alcanza solo con lo hecho hasta acá porque es mucho más profundo y es cultural. Y tenemos que estar en permanente estado de “no alcanza”, porque quedándonos cómodos o satisfechos por lo logrado nos deja en el mismo lugar donde estamos hoy. Con casos terribles y estadísticas que reflejan que hay parte de la sociedad que aún rechaza a todo aquel que no es como ella. Y esto tiene que dejar de ser así. La violencia tiene que parar y la discriminación dejar de existir.
No alcanza hasta que la igualdad de derecho no se refleje en una igualdad de hecho, real. No alcanza mientras la lucha siga cobrando vidas. No alcanza porque todavía no se rompió el círculo de violencia, pobreza y exclusión que expone especialmente a las personas trans. No alcanza hasta que haya una Justicia que caiga con todo el peso de la ley contra los crímenes de odio, llamando a las cosas por su nombre y no disfrazándolo con argumentos binarios. No alcanza mientras no vayamos a fondo hacia un verdadero cambio en la educación.
Claro que es lento, pero sería un error continuar sin detenernos y preguntarnos ¿Por qué si hemos logrado tantos avances y somos un país pionero en muchas de estas iniciativas, aún tenemos cifras alarmantes? ¿Por qué se da esta dicotomía? ¿Por qué cuesta tanto extinguir el odio? ¿Qué es lo que falla? ¿No serán necesarias políticas más profundas y que sean abordadas de manera integral?
Por la aparición con vida de Tehuel y el fin de los crímenes de odio, es que debemos seguir luchando para que este sistema cambie de raíz, porque mientras haya una sola víctima todo lo hecho hasta acá no va a alcanzar.
Johanna Panebianco – Diputada Provincial Juntos por el Cambio